martes, 9 de septiembre de 2014

Contigo

Hay días en los que siento que eres lo mejor que tengo.
Y otros en los que tu recuerdo es el dolor que me arde en el pecho.
Otros en los que ni te tengo, que nunca te tuve, y ya te pierdo.
Y me pierdo en besos que llevan tu nombre y no son tuyos.
Que tuyo es todo lo que llevo dentro, en el alma y en el cuerpo.
Y es tu cuerpo el que me falta, que es mi manta, mi cabaña.
Allí donde junté un puzzle de lágrimas que llevo clavado en el pecho.
Y de mi pecho hasta mi mano todo es vida que por ti respira.
Pero respirar no basta, no basta, si me privan de tu aliento.
Y con tu aliento tendría alimento hasta el último de mis días.
Pero cada día se hace eterno cuando sólo te quiero en silencio.
Y es quererte y no poder tenerte lo que me mata.
Morir es existir sin ti, estar presente y vagar como un ente.
No estás, me faltas, y no basta, vivir no basta si no es contigo.
No sé si creo en el destino, pero creo en mis latidos.
Y son ellos los que se disparan por ti, y no le veo sentido.
Que es justo lo que he perdido, el sentido, la razón, el juicio.
Me llaman loca y todo mi pecado ha sido encontrar el amor contigo.
Contigo, sin ti, me falta el mundo, me sobra el aire.
Aire que tú respiras pero estás tan lejos que en él no te siento.
Y me siento, te pienso, te echo de menos.
¿Cómo puedo echar de menos lo que nunca he tenido?
Y aun así lo quiero. Un todo contigo.
Ser por ti, y estar contigo.

Escrito por: Meg 
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Twitter: @Esenciadeheroe

lunes, 8 de septiembre de 2014

Sueño inacabado


Soy lo que ves
un sueño inacabado
que le gusta perderse en tu piel.

Soy los suspiros,
los exhalos que tu cuerpo recela.

Soy la luna menguante,
la brisa de otoño,
las mañanas frías y el caliente café.

Soy tu sueño inacabado
pequeña porción de paraíso,
rinconcito de placer.

Allí donde quieres despertarte
y tu cama.. es mi trozo de papel.

Por Alex Madueño [am]
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Noche roja

- Es un proceso de aciertos y verdades, de sentimentalismos estamos llenos. - dijo el comisario; y caminó rumbo a la estación con pasos agigantados, unos firmes, otros desequilibrados, le anunciaban su sobrado cansancio. Mientras convencido pensaba - debo ser fuerte, consolidar la unión, lograr que reine la paz en el pequeño y lúgubre pueblo. - A dos cuadras podía divisar la muchedumbre enardecida con piedras y palos entonando cánticos en relación a su desagrado. Una voz faltante retumbaba en su cabeza oprimiendo anudando su garganta, sellando sus labios a un secreto que solo ellos dos, ambos, sabían él nunca hablaría. Más se acercaba al punto de encuentro donde lo esperaban por verlo accionar, su mente se alejaba de la realidad, desvaneciéndose su cuerpo en esa noche roja. - No sé hasta dónde soñarte, cuando decirte que te amo, respiran mis manos vacías sin tus manos acariciando mi piel. Tu piel que me quema y lacera hasta el quebranto - Quería decirle que la amaba, pero ella lo alejaba, lastimándolo hasta el hartazgo. Nuevamente regresaba a ese día a esa noche sin final. Caminaba apresuradamente, como queriendo ganarle al tiempo; sus palabras golpeaban fuerte, muy fuerte, sofocando los estallidos de sus tímpanos; su pecho se aceleraba y las venas se deshidrataban en una corriente desmesurada. Hasta cuándo soportaría tanto dolor... Su excesivo y desmesurado amor lo conducía a un laberinto sin salida, donde ella: voluptuosa, extremadamente hermosa, jugaba con él a las escondidas. Una jarra de agua fría lo revivió de su estado. Incorporándose, observó con sus ojos exaltados cómo cada personaje que allí se encontraba mantenía fija su mirada en él, que balbuceaba palabras en lenguajes extraños sin saberlo. Una mujer desgarbada llevó un pañuelo a su boca limpiándosela, lo pasó por sus contornos con delicadeza y suavidad y, al quitarlo, vio como las gotas de sangre que antes se encontraban en las comisuras de sus labios ya no estaban. Con voz autoritaria ordenó abandonar el lugar y regresar cada uno a su hogar en compañía de los suyos. Su cabeza no coordinaba necesitaba un poco de paz, aparte de un descanso reparador. Todo el pueblo de Alquitrán se encontraba allí, necesitaban respuestas, sus hijos, padres, vecinos iban desapareciendo sin dejar rastros y algo en su interior le ordenaba callar. Eran las veintitrés horas, tan solo cuatro más desde haber intentado el diálogo, el cielo se oscurecía y todo permanecía igual o peor. El aire se tornaba espeso y ese comisario, antes neutral y desenfadado, se encontraba a sí mismo nervioso, sediento y con un gran presentimiento. Sabía que ocurriría esa noche y seria el desenlace de algo ya antes anunciado en sus pesadillas; llamaba al orden, a un pronto regreso al resguardo de sus hogares, pero todo era caos y daban las doce, esa hora macabra: la hora sin perdón donde los fantasmas salían de sus tumbas, y lo siniestro deambulaba por las calles. Todo se tornó silencio, el miedo hizo acto de presencia y nadie pudo ver de dónde vino, tan solo llegó y se instaló, acabándolo todo y con todos y cada uno de los habitantes del pueblo de Alquitrán. - Mi amor te he esperado cada día aguardando en las sombras de sus almas, me he alimentado de sus miedos y fracasos solo para venir a ti… - Has permanecido en mí, en todo instante de cada vida que hemos cursado, he sido tu esclavo, tu fiel vasallo solo para demostrarte mi eterno amor, permíteme unirme y volar a tus brazos en cada reino, en toda vida, en cada ocaso que nos muera y reviva juntos y en la fusión de nuestros seres. - Así será amor mío, pero no esclavo, nunca vasallo, eres, fuiste y serás rey en mi penosa vida, mi amor por ti corrompe las barreras del tiempo y del infierno, solo para retornar a tus brazos… Así fue como vivieron eternamente seducidos y en el pueblo de Alquitrán solo quedo una sobreviviente de esa fatídica noche; una mujer antes desgarbada que sin saber apoyara su pañuelo, ahogando los gritos ante tanto horror, dejando escurrir dos gotas de sangre que en el inmundo retazo de tela se encontrara por las comisuras de sus labios…

Soy Amelia Orellano Bracaccini:
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domingo, 7 de septiembre de 2014

Tu boca

Mis faros dibujan tu boca
colmada de dientes y pétalos labios,
agonizantes atardeceres, rojos,
no negros, contorneando sus espesuras
bordeando serpenteantes
las comisuras con el filo de mis párpados.

Moldeando tus pestañas todas,
la noche aguarda serena,
trazando puentes en mis  retinas,
pincelando tu nombre
a la luz de las titilantes estrellas,
titilantes, etéreas, deseosas,
ansiosas por oírte, por escuchar
de la magia de tu voz, los infinitos te quiero.

Te he  erguido a lo alto, más allá de lo efímero,
de lo vano, he glorificado tu nombre,
cada momento, gesto, o sinónimo
donde figure tu aparente,
tu sonrisa o tu llanto.



Soy Amelia Orellano Bracaccini:
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