El canto de las chicharras sonaba fuerte entre los árboles y ponía la banda sonora de aquella tarde en agosto.
Ella salió al tejado con su cuaderno y su lápiz. La sombra del gran árbol la protegía del sol. Que se colaba entre las hojas acariciando su piel.
Era su rincón favorito de la ciudad.
Le encantaba observar desde allí, ver las chimeneas, ahora dormidas. Y jugar a adivinar qué haría el resto de personas en sus casas.
Su habitación, tan brillante y cálida.
Infinitos amaneceres y atardeceres se abrían tras el enorme ventanal…
Podía ver miles y miles, cada día. Todos eran diferentes. Unos los fotografiaba en su mente, otros sobre papel.
Le gustaba pensar quién había vivido allí muchos años atrás… Y si también saldrían al tejado a contar estrellas y oler el sol. A dibujar, escribir, imaginar sin límites…
A leer libros de segunda mano y escuchar viejos discos usados.
Le gustaba dejarse llevar. No pensar. Qué más daba el qué dirán…
Lo importante era saber reir, poder llorar y bailar… Bailar sobre el tejado sin parar.
Disfrutar cada instante que la vida te da.
Por: Lady Writer
Twitter: @ireniusNomad
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