6:30 de la mañana, un hombre en una playa. Una impetuosa necesidad de ir al Mar, le sacó de la cama. La noche había sido agitada, muchos malos sueños, con muchas personas, muchos agobiantes escenarios, que recuerda como reales. Todavía bajo el efecto onírico, la bruma del mar y alboreando tímidamente, camina despacio, casi cansino, por el paseo, en dirección al espigón del oeste, el espigón de los muertos vivientes.
Se le hace raro el camino, siempre visitó este sitio por la noche, al oscurecer o en alta madrugada, y veía la luz esconderse por el lado contrario al que la vé ahora nacer. Se le agolpan de repente tantas vivencias en este lugar, tantas perlas que se resbalaban desde sus ojos, tantas velas por las personas buenas, tantos perfumes salinos y cuantas sinfonías de arpa marina con el único coro del ruido de viento.
Ve a lo lejos a un hombre, de pié, mirando fijamente las luces de los barcos fondeados. Le sorprendió, no esperaba encontrar a nadie.
Según se aproxima, el hombre sigue inmóvil, su constitución era parecida a la suya, incluso sus ropas, y poco a poco se va inquietando. Pero un algo inexplicable le dice, le ordena, que debe acercarse. Ya hay un poco de luz, y ya se distinguen detalles, su pelo es como el suyo, sus zapatos, su postura... Está temeroso de lo que se pueda encontrar.
De repente, el otro hombre se da la vuelta, y él queda frío: !Es sí mismo¡¡ , o al menos otro él. Queda casi inmovilizado, solo pudo observar que tiene un aspecto como difuminado, como gas sólido. El otro él, le puso las dos manos en los hombros, como en señal de confianza y le dio un escalofrío,
El otro: Hola
El : Hola, ¿que está pasando?
El otro: Te esperaba, he venido a despedirte de mi. A este espigón de los muertos vivientes,
Justo en ese momento apareció el primer destello de luz solar, y el otro le movió hacia la luz. Mira, dijo, Y los dos dirigieron la vista hacia el amanecer. Sentémonos, ordenó, y lo hicieron sobre unas rocas. Miremos el amanecer, expresó.
El hombre intentaba hablar, pero no podía, y de alguna forma sabía que el otro no le iba a responder. El otro él, solo miraba la luz, no gesticulaba, no parpadeaba no hacia nada.
Entonces hizo lo mismo, ya que la luz entraba por sus ojos como si de una medicina balsámica se tratase, sentía como esa luz penetraba hasta en su sangre y regaba todo su cuerpo de la mágica vitamina universal.
De repente se dió cuenta, que su otro él, venía a recoger su mochila de piedras, a recoger el lastre que penósamente arrastra y a trazarle el camino, el camino del sol, el camino del renacer, el camino de la luz.
Por su mente pasó a velocidad de vértigo todos los fotogramas de la película de su vida; se dijo a si mismo que debía llenar el saco rápidamente, el saco que su otro él, le había proporcionado para llevárselo, si quería iniciar el camino. Así que comenzó a despojarse del traje de buzo que portaba , a vaciarse los bolsillos interiores de su cerebro , a desnudar su alma de los velos turbios que la deslucían. Solo se quedó con el eco que producía el vacío de su existencia.
El otro él, seguía inmóvil, a medida que que la luz era mas intensa, su cuerpo gaseoso se desvanecía. Hasta que llegó el momento que totalmente desapareció. El, el primer él, se puso en pié, siguiendo mirando un rato el albor, aliméntandose de esa nueva energía que su otro él, le obligó a absorber.
Bajó a la arena, y desde ahí, en la orilla, descalzo, alzó los brazos, ya no le pesaban, y se rindió ante el universo, se sintió ligero, ágil, fuerte y comenzó a andar hacia la luz, andar, andar, caminar, hasta el infinito y mas allá....
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