De tez blanca, de ojos dulces, con sus manos tibias y dedos largos, Ana le hablaba tecleando, le miraba en el salón a través de su obra de arte preferida, la de un caballero de antaño que hacía justicia eliminando la maldad con su espada y conquistando el amor de su pretendida. Era casi la misma persona para ella cuando le escribía... un jinete de la edad moderna. Ana soñaba, deseaba ser su noble doncella...
Finalmente iban a conocerse en el parque cerca de su casa, un lugar con mucha historia.
Ana iba temblando, temerosa de equivocarse...
Hola Ana, “Eres exactamente como te imaginaba” le dijo una voz tras ella..
-¿Como sabes que soy yo? Contestó Ana...
-Es fácil, ¡no hay nadie en el parque!
-¡Es verdad, perdona!
Ana estaba algo nerviosa pero cada segundo le regalaba seguridad y confianza. Le gustaba la manera de ser de aquel desconocido. Le veía atractivo y galante, sensual y divertido. Hablaban bastante. Fueron a tomar un café. En el Café San Jordi le dieron una calurosa bienvenida. Tomaron asiento: una dama que trataba de esconder sus voluptuosas curvas, un caballero que escondía sus impulsos por de bajo de su traje. Durante aquella conversación entretenida, de reojo Ana observaba su cuerpo imponente, el volumen de sus músculos, la mirada penetrante de aquel moreno que alternaba continuamente la atención entre sus ojos y la barra del bar.
- ¿Te pasa algo? ¿Porque no me miras? Le dijo Ana.
- Disculpa debemos irnos...
- Pero que demonios pasa...
Les estaban mirando unos caballeros, debían irse. Demasiado tarde: de repente dos de aquellos hombres se acercaron de manera inquietante, aunque Pedro se anticipó sacando de su funda una pistola. Tras los disparos y sin instrucciones ajenas, todo el mundo empezó a huir. Era un ajuste de cuentas entre clanes. Solo se quedó quieto el dueño del local, por quedarse sin vida.
Ana y Pedro tomaron ventaja sobre su ultimo perseguidor y se escondieron. Ana, sin saber como, se encontró segura en su casa con un inhóspito dilema. Demasiados acontecimientos para su vida tranquila. Pero Pedro goteaba: ahora su jinete estaba malherido y ella sabía que la muerte llegaba con su soledad, pero la doncella deseaba acompañarle a cualquier precio...
Setenta horas después, tras la llamada preocupada de unos vecinos, llegaba la policía en el domicilio de Ana. La inspectora Ruebens tras sus debidas comprobaciones vio que estaba todo en orden: no había nadie, solo había un detalle que no encajaba. Sin haber signos de robo, en el salón estaba colgado un marco sin lámina...
Fotografía: St. George and the Dragon - Peter Paul Ruebens - 1606
Soy Matteo Barbato. Me podéis encontrar en:
Es genial Matt! qué cambio de registro! Me gusta!!
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