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jueves, 27 de noviembre de 2014
Sueños de otoño
*
La tímida caricia del tiempo, que se va
apenas sin rozarlo, ya lejos de mi puerta,
me trae la fragancia lejana de los bosques
y el húmedo recuerdo de aquella infancia eterna.
Perdido en la memoria el viento se acumula
y dice su susurro que, sobre mi corteza,
los años han pasado por luces y penumbras,
acaso como sueños de otoño en primavera.
A cada paso el cielo, con sus miradas grises,
descubre que la lluvia que pare la belleza
es más que aquel bullicio de chopos y molinos
que baña la llanura entre las hojas secas,
crujientes, seductoras, llenando los vacíos
con esa luz difusa y aleve de la niebla.
Perdido en la memoria, el prado se adormece
debajo de la escarcha que besa la ribera,
camino de las horas donde dejé marchitos
el verde tintineo de abril, y esa acuarela
de nítidos matices, intensos como el barro
que nace de las aguas, donde la paz espera
gritándole al silencio que ya no queda nada
para desvanecerse al tacto de la hierba.
Quizás otra mañana despierte con el firme
aliento de encontrarme, y darme a la demencia
total de regresarme de nuevo a lo perdido,
pero esta lo que toca es ver si, por mi huerta,
rebrotan ya las cosas, dejadas al olvido
del frío del invierno, o siguen bajo tierra
sin ánimo ni vida, como mi corazón
que sigue hacia adelante, pues es lo que le queda.
*
MM
*
miércoles, 26 de noviembre de 2014
Lucía (continuación)
La tarde se inclina en pendiente
en la búsqueda de esos sueños dormidos,
que olvidaron sus razones para ser,
Y siendo lo que fueron no llegaron a nacer…
El invierno se acerca, los árboles desnudos
se preparan para su crudeza, el cielo
despeja sus grises para dar paso al blanco de las heladas, el lago amaneció con
una leve escarcha y el frío lentamente se cuela entre los dedos coloreando de
rojo las narices, quisiera que estuvieras para quitar este miedo que me
atormenta…
Hoy me hace falta tu arena para mojar mis pies en tus playas, y sentir el bramido de ti para ser en tus rocas, porque todo se
oscurece si no estás junto a mí, son tus brazos mis cauces, las fuerzas que me
impulsan a seguir, la razón por las que mis piernas se balancean a un ritmo
vertiginoso, sin igual, siguiendo el ir y venir de la gravedad mi motor, tus
besos ardientes como llamaradas endulzaron mis labios impregnando el sabor de
los sueños, esperanzas que una vez tuvimos y compartimos, jugando al futuro, a
la posibilidad de levitar en el amor una eternidad, donde los huracanes no
quepan y las tormentas viajen efímeras sin anidar.
El cielo se adormece tibiamente entre los
laureles de tus silencios, el crepúsculo retrasa su llegada entre amapolas y jacintos, el día se convierte en cenizas
y la nostalgia desembarca con sus trenzas largas, porque no estás para
abrazarme y sentir que aún no es tarde para amar, que la niebla muy pronto se
disipará dejándole paso a la claridad de nuestros sentimientos.
Lucía se sentía atemorizaba vulnerable a lo
desconocido, sus ojos no llegaban a ver por dónde venía el peligro y solo podía
pensar en su amor, Esteban.
Quizás solo se trataba de su gato algo
inquieto, quien desacomodara su departamento, decidió regresar, había pasado un
día dentro de la habitación del hotel.
Se dirigió al baño para peinarse sus
cabellos, tomó su bolso y al llegar a la puerta vio un sobre en blanco, al
abrirlo una nota que decía, “Siempre te encontraré”… Continuará
Lucía: XVI
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martes, 25 de noviembre de 2014
Lucía (continuación)
Ema
Estando
en su cama comenzó a dudar de su cordura, recorriendo todos los movimientos del
día y de los demás días recordando haber visto ese rostro en distintos
momentos, al observar desde la ventana lo podía ver en el parque mirando hacia
el edificio, al ir de compras muy cerca del puesto de diarios, sabía que lo conocía
o que lo había visto en reiteradas veces…
Tomó el
libro y continuó leyendo la atrapante y
magnifica historia, pasadas las dos de la mañana despertó con el libro en sus
manos, lo apoyó sobre la mesa de luz, se quitó sus anteojos y apagó la luz.
En la
oscuridad de su cuarto se asomaban las luces de la calle, una suave brisa
entraba por su ventana que al mover las flores de su jarrón despedían sus
aromas inundando la habitación, cerró los ojos y un ruido la obligó a
reaccionar, levantó su mano en busca de la perilla del velador pero algo o
alguien la sujetó aprisionándola en su cama.
Desesperadamente
intentaba gritar, pedir auxilio, pero le era imposible un paño tapaba su boca,
trataba de pelear pero todo era inútil su cuerpo era frágil para defenderse de
semejante acto de crueldad, comenzó a desvanecerse viendo su vida pasar, sus
sueños, alegrías, tristezas, los viajes que postergó, las palabras que no
pronunció, su mascota amada, las palomas
del parque que la esperaban cada mañana, recordó aquel joven tan amable, el
recorrido del taxi, que sería sin saberlo su último viaje, ya nada más podría
ser, y ese mensaje de su hija adoptiva que nunca llegó, todo se iba de su
esencia, se alejaba para darle la entrada a él que llegaba con una mano
extendida a buscarla con su traje blanco que tan bien le asentaba.
Se paró
delante de ella, la tomó de su mano y escuchó su voz que le decía, ven, ven
amor a mis brazos ya no temas, estoy contigo, y juntos partiremos hacia la eternidad, me has esperado
vida mía y aquí estoy para amarte por siempre…
Ema se aferró
con todas sus fuerzas y vio, que ya no había dolor ni tristezas, estaba en paz,
solo amor había en su corazón y en sus recuerdos, miró hacia la cama y yacía su
cuerpo inerte a merced de ese monstruo, lo vio huir de su departamento
dejándola sin vida, y ascendió con su marido que había venido a llevarla ante
la presencia de dios… Continuará
Lucía: XV
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Lucía (continuación)
Ema
Al siguiente y rutinario día decidió que iría al cine, se sentía
ahogada por el encierro, se vistió elegantemente, blusa negra, pollera blanca
con un cinto muy delicado dorado y sandalias al tono, lo acompañó con un collar
de perlas y pulseras, al finalizar la función se dirigió a una cafetería donde disfruto
de un exquisito café Italiano y masas, al bajar del taxi, de regreso a su departamento
se creyó observada, miró a sus espaldas sin poder ver nada, emprendió su
entrada velozmente y con miedo, volvió a mirar y le pareció ver que alguien
subía los vidrios negros de su automóvil importado. Le dio aviso al guardia,
quien descreído la escucho sin darle la mayor importancia, con la promesa de
verificar su veracidad.
La noche siguiente recordó el episodio y pensó que solo era fruto de su
imaginación, recogió las sobras de la cena y salió al patio por las escaleras
llevando la bolsa de basura, caminaba lentamente con mucho cuidado de no
resbalar, le pareció escuchar un ruido extraño que la abrumó, apuró su andar y
de repente se encontró con un señor que venía muy de prisa por las escaleras,
algo le decía que no se trataba de alguien del lugar y desvió su mirada, el sí
se fijó en ella y siguió.
Ema
sentía miedo, pero se dijo así misma que ya estaba algo vieja para estarse
inventando historias y mucho más para ser presa del pánico.
Al llegar
a su piso se apresuró a entrar notando que su puerta se encontraba abierta,
vaciló un instante preguntándose si entrar o no, no recordaba si habría cerrado bien la puerta
de entrada de su hogar, encendió las luces y se tranquilizó, se sirvió un vaso
de agua fresca y apagó las luces de la cocina y se retiró a descansar…
Continuará
Lucía: XIV
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