La tarde se inclina en pendiente
en la búsqueda de esos sueños dormidos,
que olvidaron sus razones para ser,
Y siendo lo que fueron no llegaron a nacer…
El invierno se acerca, los árboles desnudos
se preparan para su crudeza, el cielo
despeja sus grises para dar paso al blanco de las heladas, el lago amaneció con
una leve escarcha y el frío lentamente se cuela entre los dedos coloreando de
rojo las narices, quisiera que estuvieras para quitar este miedo que me
atormenta…
Hoy me hace falta tu arena para mojar mis pies en tus playas, y sentir el bramido de ti para ser en tus rocas, porque todo se
oscurece si no estás junto a mí, son tus brazos mis cauces, las fuerzas que me
impulsan a seguir, la razón por las que mis piernas se balancean a un ritmo
vertiginoso, sin igual, siguiendo el ir y venir de la gravedad mi motor, tus
besos ardientes como llamaradas endulzaron mis labios impregnando el sabor de
los sueños, esperanzas que una vez tuvimos y compartimos, jugando al futuro, a
la posibilidad de levitar en el amor una eternidad, donde los huracanes no
quepan y las tormentas viajen efímeras sin anidar.
El cielo se adormece tibiamente entre los
laureles de tus silencios, el crepúsculo retrasa su llegada entre amapolas y jacintos, el día se convierte en cenizas
y la nostalgia desembarca con sus trenzas largas, porque no estás para
abrazarme y sentir que aún no es tarde para amar, que la niebla muy pronto se
disipará dejándole paso a la claridad de nuestros sentimientos.
Lucía se sentía atemorizaba vulnerable a lo
desconocido, sus ojos no llegaban a ver por dónde venía el peligro y solo podía
pensar en su amor, Esteban.
Quizás solo se trataba de su gato algo
inquieto, quien desacomodara su departamento, decidió regresar, había pasado un
día dentro de la habitación del hotel.
Se dirigió al baño para peinarse sus
cabellos, tomó su bolso y al llegar a la puerta vio un sobre en blanco, al
abrirlo una nota que decía, “Siempre te encontraré”… Continuará
Lucía: XVI
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