La
marea me trae tu canto junto a la sal de tus pasos que profesas lentos como el tiempo, cuando te recuerdo, único, primero, tu rostro, tu rostro, gravado
en las retinas seducidas
a tu
antojo por las arenas de tu piel, tu
piel virtuosa que me induce al lamento hambruno de poseerte al abrigo de mis
febriles brazos, el invierno prepara sus maletas robándole sueños a la noche,
postergando nuestros deseos de encuentros
bajo el marco tenue de la luna nuestros goces, nuestras caricias,
madrugadas y mañanas húmedas ,nuestros todos los momentos, tuyos, míos
complaciéndonos.
La
tarde muere despacio y los últimos rayos dibujan tu nombre saboreando el calor
de mis labios, nombrándote muy despacio, pausadamente agitada como la negrura
que asciende sus lazos galopando los espacios vacíos de tus manos, tus manos
consumidas por llamas, cenizas esparcidas en el ocaso de tu diáfana mirada.
Te
siento como a la brisa cuando roza mis cabellos enredándolos, uniéndolos,
meciéndolos en zigzagueantes velos envolviendo mi cuerpo con tu aliento dulce
horizonte ambrosía de mi alma cautiva de quererte y anhelarte en sentimientos.
Apoyada
en el brazo de la noche te pienso, argumento que impulsa mi vida, avivando el
fuego de extrañarte de ahogar mis locuras en
suspiros.
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