Ema
Ema se
levantó esa mañana pensando en cómo sería su día desde que había enviudado solo
la tristeza era su compañía, se asomó por la ventana y se encontró con el sol
que tímido asomaba sus rayos y se filtraban por la cortina como queriendo rozar
su piel.
Se dirigió
a la cocina dio de comer al gato entrado en años que no cesaba de maullar
intensa y lastimosamente, era su consentido.
Pensó en
darse una ducha mágica bien caliente para aliviar sus dolores, pero antes de
hacerlo se acercó a su computador como lo hacía cada mañana, esperando
encontrar por sorpresa algún mensaje.
Caminó pausadamente
hasta el baño y dejó deslizar su bata por la espalda, soltó sus largos y finos
cabellos y se permitió empapar por el mágico chorro de agua que la hacía sentir
de maravillas.
Al salir
de la ducha como nueva, se vistió cómodamente con jeans y remera suelta, se
colocó zapatillas con suelas de goma y un pañuelo al cuello color rosa, solía
decir cómoda pero sin perder la
elegancia.
Después
de desayunar, salió a la calle para hacer los mandados rutinarios, por el
camino se detenía a conversar con las aves de la plaza le gustaba disfrutar de su
compañía.
Al llegar
a la verdulería Don Juan el verdulero la consentía regalándole siempre una
fruta de más, ella abonaba con una gran sonrisa, prodigándole bendiciones para
él y su familia.
Al salir
se dirigió a la librería para ver si había llegado algún material nuevo, y vio
para su sorpresa la nueva novela de su autora favorita, que la hacía soñar con
sus escritos, Lucía Mileno, no tenía mucha información de su biografía, pero a
ella eso no le importaba.
En la
vereda de su departamento saludó al guardia de seguridad y le regaló una fruta,
a la que él recibió amablemente como cada mañana, su departamento se encontraba
en el cuarto piso, al subir al ascensor se encontró con un elegante joven bien
parecido a quien saludo, no sin antes pensar como le hubiese gustado tener treinta
años menos y conquistar a ese hombre tan apuesto, sonrió, no podía dejar de
verlo, sus manos eran fuertes y a su vez delicadas.
Al salir
del ascensor se sintió ruborizar, al verse embriagada con su fragancia varonil,
de pronto sus piernas se aflojaron haciéndola tambalear y caer al piso, el
joven al escuchar el estruendo regresó y la ayudó a reincorporarse y la
acompaño a su puerta ofreciéndole llamar a un médico, a lo cual la señora se
rehusó… Continuará
Lucía: XIII
No hay comentarios :
Publicar un comentario