Al siguiente y rutinario día decidió que iría al cine, se sentía
ahogada por el encierro, se vistió elegantemente, blusa negra, pollera blanca
con un cinto muy delicado dorado y sandalias al tono, lo acompañó con un collar
de perlas y pulseras, al finalizar la función se dirigió a una cafetería donde disfruto
de un exquisito café Italiano y masas, al bajar del taxi, de regreso a su departamento
se creyó observada, miró a sus espaldas sin poder ver nada, emprendió su
entrada velozmente y con miedo, volvió a mirar y le pareció ver que alguien
subía los vidrios negros de su automóvil importado. Le dio aviso al guardia,
quien descreído la escucho sin darle la mayor importancia, con la promesa de
verificar su veracidad.
La noche siguiente recordó el episodio y pensó que solo era fruto de su
imaginación, recogió las sobras de la cena y salió al patio por las escaleras
llevando la bolsa de basura, caminaba lentamente con mucho cuidado de no
resbalar, le pareció escuchar un ruido extraño que la abrumó, apuró su andar y
de repente se encontró con un señor que venía muy de prisa por las escaleras,
algo le decía que no se trataba de alguien del lugar y desvió su mirada, el sí
se fijó en ella y siguió.
Ema
sentía miedo, pero se dijo así misma que ya estaba algo vieja para estarse
inventando historias y mucho más para ser presa del pánico.
Al llegar
a su piso se apresuró a entrar notando que su puerta se encontraba abierta,
vaciló un instante preguntándose si entrar o no, no recordaba si habría cerrado bien la puerta
de entrada de su hogar, encendió las luces y se tranquilizó, se sirvió un vaso
de agua fresca y apagó las luces de la cocina y se retiró a descansar…
Continuará
Lucía: XIV
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