jueves, 27 de noviembre de 2014

Sueño contigo

Te quiero en mis noches de infierno
en mis mañanas mojadas,
en la caricia de mi almohada,
en el roce de la toalla,
en el retén de mi sostén,
en el agua, que lava mi intimidad,


quiero amanecer en tu regazo,
confundida en tu abrazo, junto,
a la ambrosía de tu boca,
rociarme y llenarme con tu piel,
 de fruta fresca,
y reencontrarme,
 enardecida en tu mirada


Naciste















Naciste




*




Naciste tras un parto de vocales
(crisálidas aparte mariposa).
Pendiente de pretéritos cristales


buscaba que tu luz vertiginosa
hendiese toda carne como espada
etérea, flamígera o lustrosa


según me pareciera. Delicada
te vi crecer y dar a cada instante
la esencia de mi ser multiplicada


por ella, la absoluta interrogante.
Y ahora que ya vamos de la mano,
que somos una voz desconcertante;


¿me vienes a decir que todo es vano
si faltan la caricia imperceptible,
 y el austro de una fusa en el pïano?


¿Y dónde buscaré lo bonancible?
Del llanto nada espero y, por instinto,
mi mente se debate en la intangible


escucha de un recuerdo casi extinto.
Desecho, me atenaza mi natura
e intento liberar del laberinto


los sueños que una vez fueron locura
con forma de paisajes del pasado
y sendas por andar a la aventura.


Como ese amanecer junto a tu prado;
allí donde la vida es permeable
solaz que en la memoria he dibujado


igual que cuando fuimos: inmutable,
cuajándose de auroras y celajes
en un acariciar de seda amable


que Apolo ledo guarda entre ramajes
y bandos de estorninos, cuyo canto,
dedícase al placer en mil lenguajes


por ti, gacela indómita del llanto
eterno. De tus brazos la mañana
discurre hasta esconderse tras el manto


que cubre con ternura esa manzana,
la misma que desnudo fui a probar
cuando éramos dos ángeles sin grana


y tú me diste entrada hasta tu hogar.
Mas sé que ya no estás sino en mi mente
y escucho tus gemidos como un mar


que se alza embravecido al occidente
llevando tu mirada a fuego impresa
tatuada en mis arterias; un torrente


que bate mi latir y nunca cesa
 al orbe en derramar cada solsticio
la sangre de mi arcilla que te besa


prendida de tus alas hasta el juicio
final, en que mi espíritu y su cera
habrán de averiguar si algún resquicio


de amor quizás los torne en primavera
bendita para siempre; bien dispuesta
a verse en la ascensión hasta la esfera


celeste e inmarcesible en una fiesta
floral de melodías estelares.
Brillante, cada pétalo se apresta


refulgiendo por todos los lugares
en agua luminosa que me expande
sin mácula ni fin donde cantares


afluente de una vida, ya no grande,
inmensa en que la luna se sonroja
al ver el corazón del sol y el glande


del cielo atravesando el himen puro
del aire; renovando la utopía
en cálamos que beben de lo oscuro
y vuelan hasta hacerse poesía.




*
MM
*

Sueños de otoño














*





La tímida caricia del tiempo, que se va

apenas sin rozarlo, ya lejos de mi puerta,

me trae la fragancia lejana de los bosques

y el húmedo recuerdo de aquella infancia eterna.

Perdido en la memoria el viento se acumula

y dice su susurro que, sobre mi corteza,

los años han pasado por luces y penumbras,

acaso como sueños de otoño en primavera.

A cada paso el cielo, con sus miradas grises,

descubre que la lluvia que pare la belleza

es más que aquel bullicio de chopos y molinos

que baña la llanura entre las hojas secas,

crujientes, seductoras, llenando los vacíos

con esa luz difusa y aleve de la niebla.

Perdido en la memoria, el prado se adormece

debajo de la escarcha que besa la ribera,

camino de las horas donde dejé marchitos

el verde tintineo de abril, y esa acuarela

de nítidos matices, intensos como el barro

que nace de las aguas, donde la paz espera

gritándole al silencio que ya no queda nada

para desvanecerse al tacto de la hierba.

Quizás otra mañana despierte con el firme

aliento de encontrarme, y darme a la demencia

total de regresarme de nuevo a lo perdido,

pero esta lo que toca es ver si, por mi huerta,

rebrotan ya las cosas, dejadas al olvido

del frío del invierno, o siguen bajo tierra

sin ánimo ni vida, como mi corazón

que sigue hacia adelante, pues es lo que le queda.



*
MM

*




miércoles, 26 de noviembre de 2014

Lucía (continuación)

La tarde se inclina en pendiente
en la búsqueda de esos sueños dormidos,
que olvidaron sus razones para ser,
Y siendo lo que fueron no llegaron a nacer…


El invierno se acerca, los árboles desnudos se preparan para su crudeza,  el cielo despeja sus grises para dar paso al blanco de las heladas, el lago amaneció con una leve escarcha y el frío lentamente se cuela entre los dedos coloreando de rojo las narices, quisiera que estuvieras para quitar este miedo que me atormenta…

Hoy me hace falta tu arena para mojar  mis pies en tus playas, y sentir el bramido  de ti para ser en tus rocas, porque todo se oscurece si no estás junto a mí, son tus brazos mis cauces, las fuerzas que me impulsan a seguir, la razón por las que mis piernas se balancean a un ritmo vertiginoso, sin igual, siguiendo el ir y venir de la gravedad mi motor, tus besos ardientes como llamaradas endulzaron mis labios impregnando el sabor de los sueños, esperanzas que una vez tuvimos y compartimos, jugando al futuro, a la posibilidad de levitar en el amor una eternidad, donde los huracanes no quepan y las tormentas viajen efímeras sin anidar.

El cielo se adormece tibiamente entre los laureles de tus silencios, el crepúsculo retrasa su llegada entre  amapolas y jacintos, el día se convierte en cenizas y la nostalgia desembarca con sus trenzas largas, porque no estás para abrazarme y sentir que aún no es tarde para amar, que la niebla muy pronto se disipará dejándole paso a la claridad de nuestros sentimientos.

Lucía se sentía atemorizaba vulnerable a lo desconocido, sus ojos no llegaban a ver por dónde venía el peligro y solo podía pensar en su amor, Esteban.

Quizás solo se trataba de su gato algo inquieto, quien desacomodara su departamento, decidió regresar, había pasado un día dentro de la habitación del hotel.


Se dirigió al baño para peinarse sus cabellos, tomó su bolso y al llegar a la puerta vio un sobre en blanco, al abrirlo una nota que decía, “Siempre te encontraré”… Continuará



Lucía: XVI