tenía hojas enteras de amor,
hojas que volaban por mi habitación,
cuando el aire levantaba con juguetón ensueño
la cortina de la ventana y se colaba
con danzas de luces y polvo.
Y así, me empolvaba el alma,
las reunía de nuevo,
eran voces mudas con aroma de tinta.
Borrones de amor, corrigiendo la
aurora, reescribiendo el destino,
destino que no pudo ser.
Pero me repetía que quizás,
quizás si lo escribía, sí le ponía
la fe, el corazón, si encontraba las palabras
no dichas, el espacio correcto, el tiempo....
El amor, el amor... que se consumía
en las horas, en los días, en el inmóvil
paisaje con tejados de la ventana...
Y entonces, mis montones de hojas,
caían de mis manos, como hojas de árbol
que se va adormeciendo en el otoño...
Yo le escribía... y no sabía si algún día
lo vería volver, quería creer que un día,
se perfumarían de él las calles
y desde los balcones vecinos
caerían en cascada ante sus pisadas,
los rumorosos versos, acanelados,
de mis horas.
Y su brazos encontrarían puerto
en mi cuerpo... y mi beso sería la
firme ancla que fijaría en eterno,
ése, su esperado, desesperado
regreso.
Yo le escribía,
y dormía acariciando su ausencia,
formando constelaciones de
letras en su espalda,
esperando y escribiendo,
su llegada.
Soy Penélope
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