<<Buenos días, Marquesito>>
<<Hasta luego, Marquesito>>
Don Luis era conocido en todo el pueblo como
"el Marquesito". Pero no porque sus convecinos quisieran burlarse de
él,no; sino por su condición de heredero del marquesado de La Puesta. Él era el último descendiente, en aquel
momento, de una noble familia, cuyo origen se remontaba a la Alta Edad Media.
Decía su árbol genealógico que, el primer marqués de La Puesta había sido
íntimo amigo de don Rodrigo y don Pelayo.
No había perdido abolengo el apellido con el paso de
los años, sino todo lo contrario: durante la Reconquista y, guerras sucesivas,
los de La Puesta habían luchado con valor, siempre acompañando al vencedor.
Esta antigua gallardía había hecho que "la familia del marqués", como
solían denominarla popularmente, se ganara con los siglos el cariño de los
suyos.
Y don Luis no era una excepción, por lo que, al
igual que sus antepasados, todo el mundo se volvía para saludarlo cuando pasaba
por las calles del pueblo. Fuera mañana o tarde, ya que rara vez se encontraba
fuera de cama durante la noche, a excepción de alguna ocasional velada
veraniega. A las muestras de afecto respondía con un <<buenos días tenga usted. ¿Cómo
se encuentra hoy?>> o preguntando con amabilidad <<¿Por su casa
todos bien?>>.
-Este don Luis-comentaban muchos hombres mientras
echaban una partida al tute en el bar-es
igualito a los de su estirpe: decoroso y siempre tan educado. Se nota que era
buena la cuna en que lo mecieron.
-Don Luis es idéntico a su padre. Fíjate tú-le
indicaba una vecina a otra, a la par que tejía en un banco o, llevaba agua
hasta su casa-que me parece ver a don José Luis paseando por aquí. Pero,
pobrecito, ¡hace tanto ya...!
-¡Que todos tenemos a su hijo en mente cuando nos
hablan del marqués! Apuntaba la otra atándose el pañuelo a la cabeza, para
apoyar el balde de la ropa, recién lavada y aún mojada.
"El Marquesito" sonreía y solía detenerse
a hablar con todo el mundo, siempre que le era posible; porque en otros
momentos algún miembro del servicio lo mandaba llamar y, en consecuencia, había
de volver a su tradicional puesto. Don Luis odiaba las ocasiones en que se veía
obligado a girar su bicicleta y volver a la casa donde había nacido y donde,
todavía, vivía. ¿Por qué no podría pararse a charlar en el pueblo durante más
rato? ¡Si allí todo el mundo parecía tan feliz! Las mujeres conversaban entre
ellas, los niños corrían y saltaban hasta que se cansaban o se ponía el Sol y,
algunos hombres jugaban a la petanca en la plaza del pueblo, sin embargo él
tenía que volver por donde había venido.
-Este caserón es demasiado grande...Debe de vivirse
mejor en el pueblo...
-¡Sí, seguro que sí!- Le contestaba alguien sólo por
rebatir. -¿No cree usted que si todos los marqueses de La Puesta han vivido
durante generaciones en este lugar ha sido por algo? ¿De veras desea usted
estar en el centro del pueblo?
Don Luis asentía firmemente convencido y se
preguntaba, siempre para sus adentros, por qué nadie había hecho nada para
remediar semejante problema. ¿Para qué quería él vivir siempre en "el
caserón", como lo denominaba él mismo desde que tenía consciencia? Pero no
estaba en su mano la solución, al menos por el momento, aunque sabía que algún
día le daría la vuelta a la tortilla, como se diría en el ámbito de la cocina.
-Pues yo no le veo nada malo al pueblo...
Pero su opinión aún no contaba para nada, más que
para escoger el color de su ropa, cuando se dignaban a escucharlo ya que, en la
mayor parte de los casos, el título nobiliario no le servía para nada y, tenía
que conformarse con llevar puestas las prendas que otras personas habían
escogido por él. Tampoco podía decidir a qué hora acostarse, pues siempre había
quien le obligaba a hacerlo cuando él no quería. Y Mamá siempre le decía que en
"el caserón" se encontraban muy bien y, también, que habría sido del
agrado de su padre, que una nueva generación se criara en la misma morada que
él.
-¿Por qué no podemos irnos al pueblo, Madre? Allí
hay muchos niños y, yo aquí me aburro demasiado...
-Te comprendo, Luis, pero has de pensar que la mayor
ilusión de tu padre sería, si nos estuviera contemplando desde el cielo, verte
corretear por las mismas tierras donde él lo hizo de niño. Y, como bien sabes,
este es el hogar de los marqueses de La Puesta. Ahora tú eres el marqués y,
aunque aún no puedas hacerte cargo de todo aquello que tu título conlleva,
debes continuar con la tradición familiar.
El pequeño don Luis, tan querido y admirado por
todos desde el día de su nacimiento, era hijo póstumo, puesto que su padre, el
anterior marqués de La Puesta, había muerto en un fortuito accidente de caza
tres meses antes de que su esposa diera a luz al primogénito y, debido a la
desgraciada, único hijo del matrimonio. Desde el momento en que había llegado
al mundo, ostentaba el título de marqués de La Puesta, pero no podía hacer otra
cosa que escuchar incorporado en la cama, bajo las sábanas, a su madre que le
hablaba melodiosamente. A pesar de que a don Luis no le gustara vivir en
"el caserón", todavía le quedarían muchos años por habitar bajo
aquellos techos.
-Es un niño adorable-afirmaba la farmacéutica-es una
pena que se encuentre tan solo. Debe de aburrirse mucho rondando por los
pasillos de esa mansión...-comentaba con conocimiento de causa, ya que, una
tarde de abril, el propio don Luis le había explicado como se sentía lejos de
las calles y plazuelas del pueblo. Por más que la gente creyera y, otros su
marquesado quisieran, a don Luis, aunque acostumbrado, no le convencía del todo
su vida; por lo que habría entregado hasta el último pedazo de las tierras que
había heredado.-No tiene padre ni hermanos y, eso no es bueno para un pequeño,
no señor.
-Pero si la marquesa viuda ha escogido criarlo en
soledad...No es quien el pueblo para meterse en donde nadie le llama...Además,
cualquier otro hombre no sería su verdadero padre ¿no cree usted? Aceptaban
otros la voluntad de la viuda de don José Luis, el antiguo marqués.
Don Luis conocía una puerta en los muros de la casa,
que nadie recordaba, por lo que, de vez en cuando y sin que nadie se enterara,
se escapaba para bajar al pueblo y jugar con los chiquillos y chiquillas de su
edad, quienes siempre esperaban ansiosos el momento en que "el
Marquesito", vestido o no de gala, hacía su aparición. Para ellos no
existía título alguno, manantiales ni tierras, sino que Luis, como ellos lo
llamaban con simpleza, era un niño más, ávido de esas horas de infancia que
algún día habría de volar.
-¿Es cierto qué no te gusta vivir en tu palacio? Le
preguntó en una ocasión Clara, una de sus amigas del pueblo, cuyas coletas
hacían las delicias de todas y cada una de las madres del lugar.
-No es un palacio y no, no me gusta del todo.
Preferiría vivir aquí, cerca de todos vosotros. Señaló el pequeño don Luis,
harto de la vida que todo el mundo creía que tenía. ¿Para qué quería él
semejante casa? Al menos por el momento...
-Bueno, un palacio no será, pero sí un palacete que
para el caso es lo mismo. ¿Pero por qué no eres feliz allí? Tu madre es una
buena persona...
-Sí, pero es que yo solo me aburro.
-Pues mi madre dice que es un privilegio...Y que
algún día te darás cuenta de cuánto te gustaría volver a ser niño y, querrás
revivir todo lo que hayas sentido en "el caserón".
Ahora, que ya ha pasado tiempo y es adulto recuerda, en su despacho de un gran piso de la
ciudad, las palabras que un buen día pronunció Clara y, aquellas tardes en que
paseaba por el pueblo, jugaba, todo el mundo lo llamaba "el Marquesito"
y lo saludaba diciendo: <<buenas tardes, Marquesito>>. Ahora todo
ha cambiado. Ya nada es lo que era y, don Luis se ha dado cuenta de que, en el
fondo, no era del todo malo vivir en "el caserón". Aunque siendo niño
hubiera querido vivir en el pueblo, ahora reconoce que los años en la atalaya
familiar, conllevaron mucho más que, simplemente, vivir en "el
caserón".
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