-El
médico ginecólogo se hizo presente en la sala revisando a la joven madre, la
observó por un instante y extendió su certificado de alta médica, al igual que
el médico pediatra que, con su mirada interrogaba su soledad.
-Con la advertencia, sobre la importancia de
sus cuidados, y vacunas para el niño, y que no olvidara controlarlo, en sus
visitas al médico, sobre su peso o posibles molestias que pudiera percibir,
antes de retirarse ordenó a la enfermera proveyera a la joven madre de
vestimentas para el infante y varios potes de leche, para aportar al buen
crecimiento, Abigail quedó muy agradecida y abrigó muy bien a su niño, y
partió de la sala, caminó unos metros y
regresó revisando cada rincón de la habitación, como si olvidara algo, en la
cuna donde hiciera instantes su hijo durmiera vio unas frazaditas y las tomó,
saliendo de prisa del lugar.
-Se
dijo así misma, si ese acto que acababa de cometer era por amor, no se trataba
de un delito.
-Al
llegar a las puertas que la reunían con el afuera sintió como el peso de la
vida caía sobre sus espaldas, miró hacia ambos lados sintiendo como cada
detalle se agigantaba a sus ojos.
-Cruzó
la calle y su niño comenzó a llorar, se sentó en un banco y le dio de mamar,
mientras su hijo se alimentaba, su mente volaba, imaginando la reacción de
Andrés, al ver a su bebe, en brazos, y caminó sola en el frío con hambre, cansada
sin una moneda en sus bolsillos.
-Tocó
el timbre del portero, que se encontraba a cien metros de la entrada a la casa,
una voz la atendió, era Matilde la mucama de la familia, a quien se anunció,
solo recibió negativas sobre cualquier información del joven, sin permitirle el
ingreso a la residencia, Abigail levantó
su mirada desconcertada pudiendo ver como de la casa detrás de las cortinas la
observaban.
-Se
aferró fuertemente a las rejas y gritó, -¡Andrés, soy Abigail ven, conoce a tu
hijo! -¡Es tu hijo Andrés!
-Nadie
salió, rápidamente las cortinas se cerraron, la joven dejó su cuerpo
desplomarse con su niño en brazos y sus piernas manchadas de sangre, lloró con
llanto desconsolado apoyada en las rejas
mientras aferraba el niño a su cuerpo, de la casa salieron tres
guardaespaldas para quitarla de la puerta y
arrojarla a la calle, lastimándole su frente y codos al apoyarlos para
sostener a su hijo.
-Lloró
en silencio, y se dijo que nunca más lloraría, y todo cuanto fuese de Esteban
un día seria suyo, comprendiendo el porqué de su negativa cuando ella
preguntaba por su familia, entendió que todas sus promesas de amor eran
mentiras… Continuará
Lucía:
XX
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