miércoles, 26 de noviembre de 2014

Lucía (continuación)

La tarde se inclina en pendiente
en la búsqueda de esos sueños dormidos,
que olvidaron sus razones para ser,
Y siendo lo que fueron no llegaron a nacer…


El invierno se acerca, los árboles desnudos se preparan para su crudeza,  el cielo despeja sus grises para dar paso al blanco de las heladas, el lago amaneció con una leve escarcha y el frío lentamente se cuela entre los dedos coloreando de rojo las narices, quisiera que estuvieras para quitar este miedo que me atormenta…

Hoy me hace falta tu arena para mojar  mis pies en tus playas, y sentir el bramido  de ti para ser en tus rocas, porque todo se oscurece si no estás junto a mí, son tus brazos mis cauces, las fuerzas que me impulsan a seguir, la razón por las que mis piernas se balancean a un ritmo vertiginoso, sin igual, siguiendo el ir y venir de la gravedad mi motor, tus besos ardientes como llamaradas endulzaron mis labios impregnando el sabor de los sueños, esperanzas que una vez tuvimos y compartimos, jugando al futuro, a la posibilidad de levitar en el amor una eternidad, donde los huracanes no quepan y las tormentas viajen efímeras sin anidar.

El cielo se adormece tibiamente entre los laureles de tus silencios, el crepúsculo retrasa su llegada entre  amapolas y jacintos, el día se convierte en cenizas y la nostalgia desembarca con sus trenzas largas, porque no estás para abrazarme y sentir que aún no es tarde para amar, que la niebla muy pronto se disipará dejándole paso a la claridad de nuestros sentimientos.

Lucía se sentía atemorizaba vulnerable a lo desconocido, sus ojos no llegaban a ver por dónde venía el peligro y solo podía pensar en su amor, Esteban.

Quizás solo se trataba de su gato algo inquieto, quien desacomodara su departamento, decidió regresar, había pasado un día dentro de la habitación del hotel.


Se dirigió al baño para peinarse sus cabellos, tomó su bolso y al llegar a la puerta vio un sobre en blanco, al abrirlo una nota que decía, “Siempre te encontraré”… Continuará



Lucía: XVI

martes, 25 de noviembre de 2014

Lucía (continuación)


Ema


Estando en su cama comenzó a dudar de su cordura, recorriendo todos los movimientos del día y de los demás días recordando haber visto ese rostro en distintos momentos, al observar desde la ventana lo podía ver en el parque mirando hacia el edificio, al ir de compras muy cerca del puesto de diarios, sabía que lo conocía o que lo había visto en reiteradas veces…

Tomó el libro y continuó leyendo la  atrapante y magnifica historia, pasadas las dos de la mañana despertó con el libro en sus manos, lo apoyó sobre la mesa de luz, se quitó sus anteojos y apagó la luz.

En la oscuridad de su cuarto se asomaban las luces de la calle, una suave brisa entraba por su ventana que al mover las flores de su jarrón despedían sus aromas inundando la habitación, cerró los ojos y un ruido la obligó a reaccionar, levantó su mano en busca de la perilla del velador pero algo o alguien la sujetó aprisionándola en su cama.

Desesperadamente intentaba gritar, pedir auxilio, pero le era imposible un paño tapaba su boca, trataba de pelear pero todo era inútil su cuerpo era frágil para defenderse de semejante acto de crueldad, comenzó a desvanecerse viendo su vida pasar, sus sueños, alegrías, tristezas, los viajes que postergó, las palabras que no pronunció, su mascota amada,  las palomas del parque que la esperaban cada mañana, recordó aquel joven tan amable, el recorrido del taxi, que sería sin saberlo su último viaje, ya nada más podría ser, y ese mensaje de su hija adoptiva que nunca llegó, todo se iba de su esencia, se alejaba para darle la entrada a él que llegaba con una mano extendida a buscarla con su traje blanco que tan bien le asentaba.

Se paró delante de ella, la tomó de su mano y escuchó su voz que le decía, ven, ven amor a mis brazos ya no temas, estoy contigo, y juntos  partiremos hacia la eternidad, me has esperado vida mía y aquí estoy para amarte por siempre…


Ema se aferró con todas sus fuerzas y vio, que ya no había dolor ni tristezas, estaba en paz, solo amor había en su corazón y en sus recuerdos, miró hacia la cama y yacía su cuerpo inerte a merced de ese monstruo, lo vio huir de su departamento dejándola sin vida, y ascendió con su marido que había venido a llevarla ante la presencia de dios… Continuará


Lucía: XV

Lucía (continuación)

Ema


Al  siguiente y rutinario  día decidió que iría al cine, se sentía ahogada por el encierro, se vistió elegantemente, blusa negra, pollera blanca con un cinto muy delicado dorado y sandalias al tono, lo acompañó con un collar de perlas y pulseras, al finalizar la función se dirigió a una cafetería donde disfruto de un exquisito café Italiano y masas,  al bajar del taxi, de regreso a su departamento se creyó observada, miró a sus espaldas sin poder ver nada, emprendió su entrada velozmente y con miedo, volvió a mirar y le pareció ver que alguien subía los vidrios negros de su automóvil importado. Le dio aviso al guardia, quien descreído la escucho sin darle la mayor importancia, con la promesa de verificar su veracidad.

 La noche siguiente recordó  el episodio y pensó que solo era fruto de su imaginación, recogió las sobras de la cena y salió al patio por las escaleras llevando la bolsa de basura, caminaba lentamente con mucho cuidado de no resbalar, le pareció escuchar un ruido extraño que la abrumó, apuró su andar y de repente se encontró con un señor que venía muy de prisa por las escaleras, algo le decía que no se trataba de alguien del lugar y desvió su mirada, el sí se fijó en ella y siguió.

Ema sentía miedo, pero se dijo así misma que ya estaba algo vieja para estarse inventando historias y mucho más para ser presa del pánico.

Al llegar a su piso se apresuró a entrar notando que su puerta se encontraba abierta, vaciló un instante preguntándose si entrar o no,  no recordaba si habría cerrado bien la puerta de entrada de su hogar, encendió las luces y se tranquilizó, se sirvió un vaso de agua fresca y apagó las luces de la cocina y se retiró a descansar… Continuará


Lucía: XIV



Lucía (continuación)

Ema

Ema se levantó esa mañana pensando en cómo sería su día desde que había enviudado solo la tristeza era su compañía, se asomó por la ventana y se encontró con el sol que tímido asomaba sus rayos y se filtraban por la cortina como queriendo rozar su piel.

Se dirigió a la cocina dio de comer al gato entrado en años que no cesaba de maullar intensa y lastimosamente, era su consentido.

Pensó en darse una ducha mágica bien caliente para aliviar sus dolores, pero antes de hacerlo se acercó a su computador como lo hacía cada mañana, esperando encontrar por sorpresa algún mensaje.

Caminó pausadamente hasta el baño y dejó deslizar su bata por la espalda, soltó sus largos y finos cabellos y se permitió empapar por el mágico chorro de agua que la hacía sentir de maravillas.

Al salir de la ducha como nueva, se vistió cómodamente con jeans y remera suelta, se colocó zapatillas con suelas de goma y un pañuelo al cuello color rosa, solía decir cómoda pero  sin perder la elegancia.

Después de desayunar, salió a la calle para hacer los mandados rutinarios, por el camino se detenía a conversar con las aves de la plaza le gustaba disfrutar de su compañía.

Al llegar a la verdulería Don Juan el verdulero la consentía regalándole siempre una fruta de más, ella abonaba con una gran sonrisa, prodigándole bendiciones para él y su familia.

Al salir se dirigió a la librería para ver si había llegado algún material nuevo, y vio para su sorpresa la nueva novela de su autora favorita, que la hacía soñar con sus escritos, Lucía Mileno, no tenía mucha información de su biografía, pero a ella eso no le importaba.

En la vereda de su departamento saludó al guardia de seguridad y le regaló una fruta, a la que él recibió amablemente como cada mañana, su departamento se encontraba en el cuarto piso, al subir al ascensor se encontró con un elegante joven bien parecido a quien saludo, no sin antes pensar como le hubiese gustado tener treinta años menos y conquistar a ese hombre tan apuesto, sonrió, no podía dejar de verlo, sus manos eran fuertes y a su vez delicadas.
Al salir del ascensor se sintió ruborizar, al verse embriagada con su fragancia varonil, de pronto sus piernas se aflojaron haciéndola tambalear y caer al piso, el joven al escuchar el estruendo regresó y la ayudó a reincorporarse y la acompaño a su puerta ofreciéndole llamar a un médico, a lo cual la señora se rehusó… Continuará



Lucía: XIII