(Mi nuevo cuento para niños)
Esta es la historia de Jaime
Mínguez el niño que no podía reír.
Jaime siempre estaba muy triste
porque pensaba que jamás podría reírse. Cuando veía a todos sus amigos o
familiares pasándoselo bomba a causa de la gracia de algún chiste él se quedaba
pensativo en un rincón y diciéndose para sí mismo << ¿por qué yo no puedo
reírme? Todos los hacen pero yo no puedo. ¿Podré reírme algún día?>>
Cuando tenía unos diez años y
cansado de que nadie pudiera darle una solución para su problema se decidió a
preguntarle a su familia –yo no me acuerdo: ¿me reí alguna vez? Le preguntó a
su madre un día muy disgustado.
-No hijo. Al menos tu padre y yo
nunca te hemos visto.
Así que Jaime se fue tan triste
y desconsolado como había venido.
Sus profesores lo vieron tan
triste que les dijeron a sus padres que conocían a un cómico tan cómico, tan
cómico que podía hacer reír a la persona más sosa y apagada del planeta.
La familia de Jaime muy preocupada
por la extraña apatía del niño le pidieron consejo al cómico, y éste les dijo:
<<quédense tranquilos; porque yo le arranco una sonrisa hasta al más
aburrido. Y créanme que ya lo he hecho>>.
Pero nada, a Jaime no le hizo
efecto y el pobre cómico se quedó muy avergonzado y defraudado por no haberlo
podido ayudar; además de que a partir de entonces ya nadie lo contrataría para
cenas, galas y otro tipo de celebraciones.
Mientras tanto el pobre Jaime
seguía igual. De vez en cuando le salía una tímida sonrisa que se alejaba tan
fugazmente como había aparecido. Y claro está, él se sentía como el bicho raro.
-Pobrecito Jaime-se compadecían
sus amigos-¿por qué le pasará eso? ¡Tenemos que buscarle una solución!
-¿Pero qué solución?-intervino
un día Rodrigo, un compañero suyo, harto de escuchar tonterías sin fundamento-No
hay ninguna. Desde bien pequeño ¡visitó a muchísimos médicos! ¡A más de los que
nosotros podamos recordar! Y no pudieron ayudarlo. ¿Qué podríamos hacer
nosotros?
-Pues...no se sabe. Contestaban
otros.
El tiempo iba pasando y el pobre
Jaime veía que era el único niño que no se podía reír y disfrutar cuando
alguien de su alrededor hacía una broma; y pensando y pensando llegó a la
conclusión de que su mal ¡tal vez no tuviese cura!
-¡Seré la única persona del
mundo que no pueda reírse! ¡Pobre de mí!-se lamentaba día tras día-¡Y solo
tengo once años!
Un día que fue de excursión y
pusieron un vídeo en el que un humorista español contaba unos chistes
graciosísimos a Jaime le sucedió lo de siempre: él no les encontraba la gracia
a la mayoría. Y no porque no los entendiera, porque él era muy inteligente y
cazaba muy largo, sino porque él no podía disfrutarlos. Y para los que le
hacían gracia no podía soltar más que una carcajada y una carcajada tímida, muy
tímida.
-¡Me muero de risa! Decía su
profesor.
-Menuda suerte-murmuraba Jaime-ya
podía yo morirme también. Significaría que podía reír.
A Jaime le daba mucha rabia el
no poder disfrutar de las cosas igual que lo hacían sus amigos; pero él, sin
embargo, siempre estaba callado y triste. Incluso en su cumpleaños, que todos
sabemos que es el día más feliz de cada uno.
Harto de no poder solucionarle
el problema, su padre (que se llamaba Jaime también) decidió que él mismo
buscaría la cura para la extraña enfermedad que tenía su hijo. Así que le pidió
a un amigo suyo, que era un gran científico, el enorme favor de que colaborara
con él en su nuevo experimento.
-No tengo problema alguno en
ayudarte-le dijo el científico-pero no sé a ciencia cierta lo que sucederá.
Tardaron cinco meses y seis noches
en tener terminado el milagroso medicamento que ayudaría a su hijo a tener
humor.
El padre y su amigo le dieron el
fármaco a Jaime y prepararon todo tipo de chistes y vídeos cómicos para observar
el efecto final.
-Me parece que no hace efecto,
Javier.
-Hemos de esperar dos días Jaime.
Y ya te lo he advertido: no se sabe fijo si le hará efecto. Pero sobre todo no
perdáis la esperanza de que pueda llegar a reírse algún día.
Después de tomarse “La Pócima
del Humor” (que así la habían llamado) a
Jaime no le sucedió nada fuera de lo normal. Al rato de estar oyendo los
chistes se quedó durmiendo.
-No ha hecho efecto... Lo que yo
me suponía.
-Tranquilo, Javier. Nos has
ayudado en lo que has podido. El que debe sentirse mal soy yo; que soy el único
padre de este mundo que no es capaz de ayudar a su hijo.
Pero un día la pandilla de Jaime
apareció por casa del amigo de su padre diciéndole: -queremos ayudar a Jaime
para que nunca más esté triste.
-¿Creéis que podríais ayudarme
en algo?
-Pues claro-comentó su amiga
Clara-nosotros lo conocemos mejor que nadie. Y fijo que podemos hacer que se
ría.
-Para eso tendría que tener otro
cerebro y eso...
-¡Pues claro, Julio! ¡Qué idea
tan buena! Se le cambia el cerebro y está: ¡asunto arreglado!
-No seas tonto, Marcos. No se
pueden cambiar los cerebros.
-¿Y si le damos un susto?
-Eso es para quitar el hipo.
-¡Pero un susto gracioso, que le
haga reír!
-¡Sí! ¡Y que no pueda parar!
Ese día le afirmaron al
científico que ayudarían a Jaime fuera como fuera y cuando fuera. Luego se
despidieron de él.
Finalmente un día, sin quererlo
sus amigos, se fueron todos con su profesor a una charca cercana a recoger unos
peces y unos renacuajos para el colegio.
-¡Jolina! Los renacuajos están
muy lejos. Les decía Clara.
-¡Pues yo no me meto! ¡Que me
mojo fijo!
-Tranquilo, Rodrigo, ¿por qué no
avisamos al profe? Él sabrá como cogerlos, para eso es profe.
-¡Vamos, Clara! ¡Vamos tú y yo a
preguntarle!
Mientras Clara y Jaime fueron a
preguntarle al profesor el resto de sus amigos intentaron recoger los
renacuajos; pero...
-Acabaremos todos mojados. Esperad
que venga el profe...
-Pues Rodrigo ya se ha metido. Comentaban
otros.
-¡Anda, Rodrigo, y eso que ibas
a mojarte!
-Pues ya no importa, ¡qué me lo
estoy pasando bien!
-¡No os metáis!
Al final terminaron todos dentro
del estanque completamente empapados. Clara al verlos gritó: <<¡profe
mira lo que ha pasado!>>
Jaime y el profesor se acercaron
a la charca y vieron a los demás que salían con un aspecto graciosísimo: todos completamente
mojados y con renacuajos pegados a la ropa y agarrados al cabello.
-Mi chándal <<está para el
arrastre>>.
-Pues el mío no está mucho mejor,
Marcos...
-Ya les dije yo que no se
metieran. Explicó el más pequeño.
Por una vez en su vida a Jaime
algo le hizo tanta gracia que comenzó a reír de tal forma que hasta cayó al
suelo.
-¿Pero qué le pasa? Preguntó su
amiga.
-Pues que se está muriendo de la
risa a nuestra costa. Le contestó Rodrigo muy enfadado.
-Jajajajaja-decía Jaime-¡no me
lo había pasado también en toda mi vida! ¡Os lo agradezco! Jajajajaja.
-Al menos hemos conseguido que
se riera a carcajadas.
-Y eso es bueno para la
circulación sanguínea. Añadió su profesor que se encontraba interesado en el
caso de su alumno.
A partir de entonces Jaime fue
el niño más feliz del mundo porque ya se
podía reír y disfrutar como cualquier crío.
Y vosotros: ya sabéis lo que
tenéis que hacer si queréis reíros igual que él...
FIN
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