Esteban
Esteban
se preparó un café doble para despabilarse, no había dormido en toda la
noche, tomó una ducha rápida, se vistió,
bebió su café ya tibio y se dirigió a su escritorio, recogió su maletín cuando
vio unos papeles que debía colocar en su caja fuerte, en su pronto accionar
cayeron de sus manos algunos sobres, solo le importó uno de ellos y rápidamente
los guardó en el mismo sitio.
Caminó
hacia la puerta y detuvo su mirada al
tomar el picaporte, su mano, su anillo.
Bajó los
seis pisos por las escaleras muy deprisa, al llegar al estacionamiento saludo
al guardia y le entregó un sobre cerrado, le palmeó la espalda y se dispuso a
subir a su vehículo cuando el empleado, Roberto le preguntó, -¿Está todo bien
señor?
Esteban
advirtió que había notado sus ojeras y su rostro demacrado, con un leve
movimiento de cabeza asintió.
El día le resultaba interminable en la oficina, se
sentía ahogado, debía concluir unos asuntos
pendientes antes de finalizar la jornada.
A media
hora de terminar la tarde, se hizo presente Sarita su secretaria, una rubia de
un metro ochenta de finas curvas, polleras cortas muy ceñidas y tacones, a
confirmarle que ya todos se habían retirado.
Le preguntó
si esa noche saldrían a beber algo, El, la tomó entre sus brazos y pudo sentir
su suave aroma y la fragilidad de su cuerpo deshaciéndose en sus manos, la besó
y le respondió que tendría que ser otro día porque se sentía muy cansado, a lo
cual ella, luego de insistir con suaves caricias y besos aceptó.
Esteban
ya arriba de su coche se recriminó sintiéndose un tonto por haber
desaprovechado esa excitante oportunidad, y la siguió con la vista mientras
ella se retiraba del lugar en su coche importado.
Esbozó una
sonrisa al pensar en quien sería su próxima víctima, Sara no era una mujer que
aceptara
negativas,
no se iría sola a su hogar.
Continuará…
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